Desplázate para comenzar
''¿Cómo llegaste a Jonia, amiga?''.
Muramaat intentó que su voz sonara tranquila. Nunca se había sentido incómoda compartiendo una fogata con otros viajeros en el camino a los mercados. Sin embargo, esta era la primera vez que se sentaba, con las llamas de por medio, frente a una noxiana, una con una gigantesca arma enfundada en su espalda.
¿Cuántas vidas jonias habrá arrebatado aquella espada?, se preguntó.
La mujer de cabello blanco miró de reojo a su ''padre'' antes de tragar un bocado de pimientos quemados y arroz, y luego clavó la vista en su plato. ''Nací en Noxus'', dijo con un acento marcado pero con tonalidad casi impecable. ''No he vuelto desde la guerra y no está en mis planes regresar''.
El padre de la noxiana, Asa Konte, sonrió y posó su mano en el hombro de ella. ''Este es su hogar ahora'', dijo con firmeza.
Muramaat había invitado a Asa a compartir el campamento antes de divisar a la noxiana durmiendo en la parte trasera de su carreta. Él la había presentado como Riven, su hija, con el mismo tono de voz y con el mentón hacia adelante como una defensa preventiva. Muramaat no había cuestionado la peculiar declaración del anciano en ese momento, pero eso no significaba que su ''hija'' no mereciera una inspección.
''No respondiste a mi pregunta'', insistió Muramaat. Las campanillas de su collar de reparadora tintinearon mientras se servía una taza de té. ''¿Qué te trajo a nuestras costas, Riven?''.
Riven sostenía su plato con fuerza y se notaba la tensión acumulada en sus hombros. ''Luché en la guerra''.
Una declaración simple, llena de dolor. Qué curioso escuchar arrepentimiento de la boca de un noxiano.
''¿Por qué te quedaste?'', preguntó Muramaat. ''¿Por qué se quedaría alguien en el lugar donde causó, junto con su gente, tanto dolor y tanta destrucción?''.
Crac.
El plato se rompió por la mitad, los nudillos de Riven se volvieron blancos por la fuerza y los pimientos quemados con arroz quedaron desparramados por el suelo. Con un grito ahogado, dejó caer los fragmentos del plato antes de hacer una profunda reverencia. ''Mis más sinceras disculpas'', murmuró al incorporarse. ''Pagaré por este plato y luego te dejaremos disfrutar del resto de la noche. No quise importunarte...''.
Pero Muramaat no escuchaba. En vez de ello, tomó el plato roto entre sus manos y se lo acercó al oído, tarareando suavemente. Poco a poco, ajustó el tono de su voz para llamar al espíritu dentro de la cerámica.
Sintió cosquillas en la nuca cuando encontró el tono correcto, mientras el espíritu reverberaba con su tarareo. Manteniendo la nota, Muramaat levantó su collar e hizo tintinear las campanillas hasta que encontró la que estaba en sintonía con ella y el espíritu.
Miró fijamente la campanilla a la luz del fuego: cada una tenía un símbolo grabado que determinaba cómo reparar un espíritu resonante. Esta tenía el símbolo del humo, una línea simple con una curva que se hacía más profunda al final. Muramaat colocó los fragmentos por encima del fuego para que el humo los envolviera. En pocos segundos, los fragmentos se unieron. Solo quedaron unas pocas vetas y rebordes del color del carbón que evidenciaban que el plato se había roto alguna vez.
''Soy una reparadora'', dijo mientras sostenía la loza para que la observara una Riven atónita. ''No hace falta reemplazar nada''.
Riven tomó el plato y lo examinó. ''¿Cómo funciona?'', preguntó al mismo tiempo que deslizaba un dedo por una veta negra y gruesa.
''Todas las cosas tienen espíritu, y cada espíritu desea estar completo. Les pregunto qué es lo que necesitan para repararse y se los brindo''.
''Deja cicatrices'', suspiró Riven.
''Las cicatrices simbolizan sanación. Este plato no volverá a estar impecable, pero está completo. Y es fuerte. Hasta me atrevería a decir que es más hermoso así''.
Riven contempló el plato en silencio.
''Todavía estoy aquí'', dijo después de un momento, ''justamente porque causé tanto dolor y tanta destrucción. Me quedo para expiar mis culpas''.
Muramaat asintió sombríamente. Estaba claro que, aunque invisibles, las cicatrices de Riven eran muy profundas. Tal vez esta noxiana fuera distinta a los demás.
Pero luego, los ojos de Muramaat se toparon con la empuñadura de la colosal arma de Riven. Una herramienta para lastimar, no para reparar.
¿Qué tan distinta podría ser en realidad?
Muramaat se despertó con lagañas en los ojos al oír un golpe seco en uno de los lados de su caravana. Bandidos. Mientras agarraba su caldero más pesado, Muramaat recordó que Riven había insistido en montar guardia toda la noche. Pero la reparadora estaba acostumbrada a lidiar con bandidos y siempre podía darles pelea.
No obstante, cuando abrió la puerta, vio que Riven no necesitaría ayuda después de todo.
Uno de los intrusos yacía hecho un ovillo al pie de la caravana. Riven se encontraba al lado de la fogata, rodeada por tres bandidos corpulentos. Levantó la enorme empuñadura y Muramaat se sorprendió al ver que en el otro extremo solo había una espada rota. Aun así, el arma era formidable. Parecía latir en las manos de Riven, mientras ella esperaba que los otros avanzaran.
El corazón de Muramaat dio un vuelco al ver la espada: no le gustaba la idea de una noxiana derramando sangre jonia, pero continuó observando.
Los bandidos se abalanzaron sobre Riven, gritando incoherentemente, pero ella dio un solo paso hacia adelante y los repelió con un estallido de energía de su espada. El impacto hizo que soltaran sus armas, para luego buscarlas en la oscuridad. Muramaat se dio cuenta de que Riven podría reducirlos a todos, pero no lo hizo. En cambio, levantó su espada, que comenzó a emitir un espeluznante destello verde. La magia dentro de la espada explotó hacia afuera y ahuyentó a uno de los bandidos con apenas tocarlo. Cayó al suelo, visiblemente aturdido.
Para ese entonces, los otros ya estaban de pie y con las armas en las manos. Riven estiró el brazo hacia atrás y fragmentos de metal brillantes volaron a su encuentro desde la carreta. Los fragmentos se colocaron alrededor de la espada. Parecía que estaba casi completa, aunque todavía se veían algunos espacios vacíos entre las piezas. Los bandidos se abalanzaron sobre ella de nuevo.
O eso intentaron. Riven blandió la espada y los lanzó contra la caravana con una ráfaga de viento repentina que los dejó inconscientes.
Una victoria sin sangre.
Muramaat se abrió paso entre los bandidos derrotados con cautela. ''¿Qué harás con ellos?'', le preguntó a Riven, quien ni siquiera había transpirado una sola gota de sudor.
Riven se encogió de hombros y los fragmentos de su espada cayeron al suelo. ''Los ataré a un árbol hasta que amanezca''.
Muramaat miró lo que quedaba de la espada. Ahora que había visto a Riven blandirla, ya no le parecía atemorizante. ''¿Podría echarle un vistazo a tu arma?''.
Riven frunció el entrecejo y dio un paso hacia atrás. ''¿Para qué?''.
''No tienes que entregármela. Solo sostenla en alto''.
Con cuidado, Riven levantó la espada. Muramaat cerró los ojos y comenzó a tararear.
''¿Qué estás haciendo?'', preguntó Riven alarmada, justo cuando Muramaat encontró el tono adecuado.
Un par de ojos, buscando...
Tres cazadores, corazones llenos de odio, deseos de venganza...
En llamas...
Todo en llamas...
Muramaat no se dio cuenta de que se había caído hasta que sintió la mano de Riven sacudiéndola. ''¿Estás bien?''.
''Alguien'', murmuró Muramaat con la garganta seca, ''está buscando esta espada. Te está buscando a ti''.
Riven se puso pálida, pero sus ojos no revelaron sus pensamientos. ''¿Qué hiciste, Muramaat?'', preguntó en un susurro bajo.
''Cometí un error al cuestionarte. Quería reparar tu espada para disculparme''.
''No''. La intensidad de la palabra tomó a Muramaat por sorpresa. ''Si de veras quieres agradecerme, jamás repararás esta espada''. Riven rio con una risa amarga. ''Solo hay una cosa que me gustaría que repararas, y es imposible. Pero... gracias. Por ofrecerte''.
Suspiró, exhausta, y juntó los fragmentos de la espada.
''Deberías volver a la cama si quieres llegar temprano al mercado mañana''.
Muramaat asintió y regresó despacio a su caravana. Al voltear la vista, vio a Riven junto al fuego, sentada y observando el cielo nocturno.
Por enésima vez, Muramaat deseó saber cómo reparar a las personas.