Baja para comenzar
En Jonia, la magia y la tierra son uno. Los bosques se extienden por el terreno, y sus árboles, inspirados por las maravillas del reino espiritual, muchas veces exhiben tantos colores como hojas.
No obstante, existe un bosque oculto que atrae un tipo diferente de magia; un jardín con un árbol en el centro cuyas flores recogen los sueños de toda la humanidad.
El Árbol Onírico creció de la semilla del Sauce Divino, que se alzaba en la ancestral arboleda de Omikayalan. Un trágico evento acabó por derribar este mágico sauce, y su semilla encontró un hogar en lo que ahora se conoce como el Jardín del Olvido. El Padre Arborescente, Ivern, se encargó se cuidar de ella (y de otros muchos de los descendientes de Omikayalan). Con su ayuda, el Árbol Onírico creció y creció, liberando la magia de los deseos humanos cada vez que florecía con las estaciones.
Lillia nació cuando uno de los sueños del propio árbol quedó atrapado en un capullo que cayó al suelo antes de llegar a florecer. Este evento no se había dado nunca antes. Del capullo emergió una extraña criatura similar a una cervatilla que lucía la flor del árbol en la cabeza. La única compañía de Lillia era el árbol que le dio vida y los sueños que llegaban al jardín cada anochecer.
Se encargó de cuidar de las florecillas y aprendió mucho acerca de los humanos a través de ellas. Enamorada de la gente y de los lugares que vislumbraba en aquellos sueños, se pasaba los días experimentando las emociones y los deseos que los humanos solo conseguían vislumbrar cuando cerraban los ojos.
Al cuidar de los sueños, Lillia también se preocupaba por el bienestar de los soñadores. Llegó a considerarlos a todos sus amigos, y nada la habría hecho más feliz que tener la oportunidad de encontrarse con las mentes que habían creado semejantes maravillas algún día. De hecho, tenía tantas ganas que sus propios deseos acabaron por florecer en el árbol.
No obstante, cuando Lillia consiguió al fin conocer a los humanos, la experiencia no fue en absoluto como reencontrarse con un sueño conocido, sino más bien como despertarse.
Algo estaba sucediendo en el mundo que aguardaba más allá del bosque. La guerra había estallado en esas tierras y arrasaba con todo a su paso; con el tiempo, cada vez menos sueños alcanzaban las fronteras del jardín. El árbol enfermó y sus nudos se infectaron. Su tronco comenzó a retorcerse y a supurar oscuridad.
Lillia se esforzaba al máximo para cuidar de él y de los pocos sueños que recogía, pero el jardín se fue debilitando hasta que la violencia del mundo exterior se coló entre sus ramas. Una noche, un grupo de guerreros se adentró en el bosque y persiguió a una figura solitaria hasta el Árbol Onírico. Con un solo tajo, la rama de la que pendía el sueño por cumplir de Lillia se desprendió del tronco y se desplomó.
Lillia, movida por el pánico, hizo que todos cayeran presa del sueño. Las diferencias entre estos mortales y aquellos que ella creía conocer la sorprendieron.
Estos estaban llenos de miedo y mostraban más nudos que resplandor. "Como los nudos infectados del árbol...".
Mientras Lillia observaba a los guerreros dormir entre sollozos, un sueño apareció. Provenía de la figura solitaria que los demás habían perseguido. Flotó en dirección a la rama quebrada, débil, y se acomodó en un capullo.
Lillia lo recogió. Podía sentir el sueño que albergaba. Susurró para tranquilizarlo, y tanto la flor como ella comenzaron a brillar con más fuerza. El brote que lucía en la cabeza floreció y una nube de polvo mágico lo envolvió como si de polen resplandeciente se tratase. Maravillada por el sinfín de posibilidades, la propia Lillia floreció... Y, entonces, estornudó y liberó la magia de su interior en el bosque que la rodeaba.
Los humanos despertaron uno a uno, incapaces de recordar cómo habían llegado hasta ahí o qué habían hecho hasta entonces. Ninguno reparó en la tímida cervatilla que se agazapaba detrás del árbol. Aliviada, Lillia los observó irse entre una confusa maraña de pensamientos. Ahora sabía que, detrás de esa fachada, se ocultaba un poderoso resplandor.
Si sus sueños no acudían al árbol por sí solos, ella misma los traería.
Lillia recogió su rama y abandonó el jardín para adentrarse en el mundo de los humanos; un mundo que siempre había anhelado conocer, pero ahora afrontaba con pavor. No se parecía a nada que hubiera visto antes.
Ahora, Lillia se oculta de los mortales y ayuda a sus sueños a florecer desde las sombras, guiada por su visión de lo que podrían llegar a ser y de lo que sabe que aguarda bajo sus retorcidos nudos. Al ayudar a los humanos a cumplir sus anhelos, Lillia consigue también hacer realidad sus sueños y la flor que luce en la cabeza abre sus pétalos para reflejar su entusiasmo.
Aunque la oscuridad se cierne sobre Jonia una vez más, sabe que no es más que una máscara que oculta tras de sí el resplandor de la esperanza. Para deshacer los nudos del mundo, Lillia tendrá que hacer frente a sus extrañas realidades y a sus propios miedos.