Baja para comenzar
PERSECUCIÓN
Estallan dos explosiones de energía por encima de mí con una lluvia de chispas. Corro a toda velocidad por la carretera. Tras de mí, las pisadas del agente crono retumban en los estrechos muros. Rápidas. Inexorables. Odio admitirlo, pero está claro que es más rápido que yo...
Menos mal que tengo unos cuantos trucos en la manga.
Al llegar a un cruce, doblo a la derecha y bajo dos escalones por el callejón, antes de transferirme para cruzar la carretera y esprintar en la dirección opuesta. El típico engaño: una maniobra que he ido perfeccionando después de muchas persecuciones, besis para todos. Aunque, a decir verdad, tener un traje de pulso de fuego que doblega el espacio en distancias cortas también viene de perlas.
Qué pena que este se lo viera venir. No sé cómo.
En un abrir y cerrar de ojos, lo tengo delante, disparando con sus dos armas. Movimiento cronomejorado, seguro. Levanto los brazos (siempre hay que protegerse la cara) y el primer disparo rebota en mi brazo cañón, pero el segundo me impacta de lleno en el pecho y me hace tambalear. Tropiezo y caigo, estrepitosamente. En mi oído escucho alarmas. Disparo casi sin apuntar, pero él se aparta de en medio sin dificultades. Ahora las pistolas me apuntan directamente. Casi en las narices, lo tengo encima. Alzo las manos y soplo para apartarme de los ojos un mechón de pelo rubio rebelde (hay que ver el poco tiempo que tiene uno para cortarse el pelo cuando viaja por el tiempo), con lo que intento ganar tiempo mientras mi traje intenta ejecutar el sistema para armarse.
El agente me dirige la mirada a través de su visor.
—No te vas a escapar otra vez —me espeta.
Gruño. Así que ya se ha cruzado con mi futuro yo. Eso explica por qué conoce mi movimiento distintivo.
Nota mental: pensar más movimientos distintivos.
—Se acabó el tiempo, Ezreal. Ya has creado anomalías de sobra para toda una vida.
—¿Va en serio? —me mofo— Eres un agente de los Rememoradores que viaja en el tiempo, ¿y eso es lo mejor que se te ocurre?
De algún modo, su ceño fruncido se frunce todavía más.
—Sabes perfectamente que vas a detener a un montón de fugitivos y criminales del tiempo, que tienes toda una carrera por delante, ¿y lo primero que me sueltas es... "se acabó el tiempo"?
Su ceño se hunde todavía más y pone muy mala cara. Acto seguido, se inclina tan cerca de mí que hasta siento el calor del cañón de sus pistolas. —Hablar no te va a servir para librarte de esta, gamberro mocos...
—Alteración arcana recargada.
¡Ya era hora! La voz de Perla me alerta en el oído, y no me espero a que el señor Chistes malos haya terminado su frase para teleportarme detrás de él.
O, bueno, eso debería haber hecho al menos.
Todo se vuelve blanco, como siempre, pero esta vez el núcleo de mi traje chisporrotea y crepita en el centro del pecho, donde me había dado el afortunado disparo del agente. Con una sacudida, aterrizo exactamente donde estaba.
Oh, oh.
¡Crac! Escucho romperse mi nariz antes de sentirlo. Empiezo a ver estrellitas. ¡En la cara no! ¡No mola! Escucho el chirrido de sus armas. No mola nada.
Pues parece que toca marcarse un movimiento distintivo nuevo.
Sobrecargo el cañón y disparo una ola gigantesca de energía. El agente la esquiva (¿hola?, ¿por qué es tan rápido?). La ola atraviesa la carretera y las paredes y los letreros luminosos (y esperemos que no a ningún transeúnte inocente), dejando a su paso una explosión de escombros y metralla que viaja en todas las direcciones.
No estaba en un aprieto tan chungo desde que era un chiquillo bobo. Pero, desde entonces, he aprendido cuándo hay que disparar y cuándo hay que pirarse sin armarla tan gorda.
—¡Sácame de aquí, Perla! —digo, huyendo lo más rápido que puedo—. ¿Tenemos energía para poder saltar?
Algo húmedo me moja los labios y me llevo una mano enguantada a la cara. Sangre, obvio. La nariz rota, obvio. Estupendo.
—Cronosalto inestable —pronuncia la voz siempre en calma de Perla—. Núcleo de pulso de fuego dañado.
—¡No es un "no", así que me lo tomaré como un "sí"!
Cojo el brazo cañón con la mano y lo giro. El característico sonido del dispositivo del Cronosalto reverbera a través de él. Mis dedos, en un acto reflejo, comienzan a introducir el destino, pero me detengo. "No. No puedo seguir acudiendo a él para que me solucione todos los problemas. Y solo pensar en volver a verle el careto arrogante ese que pone...".
Un grito furioso. Miro por encima del hombro. El agente sale de la montaña de escombros y polvo, lanzando con las pistolas una andanada constante de disparos de energía que trazan un arco hacia mí.
Flipa, me he tenido que pasar tres pueblos con él cuando me lo encontré. Cuando me lo encuentre. Cuando me lo haya encontrado encontrándome.
... Viajar por el tiempo es confuso.
Pero las explosiones de energía no, se ven venir. Dejo que el destino (bueno, Perla) decida mi camino y lanzo el portal enfrente de mí. Sin embargo, en vez de obtener una visión clara de un destino, una interferencia de un blanco azulado opaco chasquea por la superficie.
No hay tiempo para dudas. Me sumerjo de cabeza en lo desconocido. Cualquier sitio es mejor que un vacío ezxistencial.
Siento que el núcleo de mi pecho vibra y da tumbos cuando atravieso el umbral. De él emerge un arco de electricidad, y yo me hundo en la línea temporal que sea esa.
Guay. Esto va a ser un problema.
PROTECCIÓN
No ha notado mi presencia. Aún.
Normalmente, el sigilo no es lo mío. Soy más bien esa clase de tío que dispara primero y nunca pregunta. Pero, teniendo en cuenta el estado actual de mi núcleo de pulso de fuego... Bueno, en momentos así hay que usar tácticas poco habituales.
Él está ahí..., sin más. Con el escudo a su lado y la lanza clavada un poco más allá. Resuelto. Pensativo. Aburriiido.
Tras caer en una dimensión de lo más desagradable (ese tamaño de mosquitos chupasangres no debería ser legal), Perla consiguió reunir la suficiente energía de mi núcleo dañado como para anclarse a la cronofirma de una señal de pulso de fuego cercana (cercana en términos de la relatividad, claro). Eran buenas noticias para mí (y malas para el agente al que voy a intentar quitarle su núcleo de pulso de fuego).
¿Para qué arreglar algo si puedes robar, digo, tomar prestado uno nuevo?
Y, mira tú por dónde, conocía a este agente. Pantheon. Un zoquete de la cabeza a los pies. De un mal humor que te cagas: el mundo en su contra, sin duda una infancia muy dura, esas cosas.
Ahora mismo, está sobre las ruinas de un edificio que no reconozco. Si soy sincero, no soy capaz de reconocer nada de esta dimensión: todo parece estar hecho una basura. Estructuras derrumbadas, flora destruida, indicios claros de un conflicto mecánico y químico por todas partes. Un asco.
Me transfiero justo detrás de él, con el brazo cañón apretado ligeramente contra la parte posterior de su cabeza. —No te muevas —le espeto con la voz más amenazadora que sé hacer.
Se queda helado. Desde mi ventajosa posición, apenas veo como su visor chirría y cruje, como si intentara adivinar quién soy.
—Ezreal —gruñe.
—¿Cómo va eso, Panth? —pregunto con una sonrisa en la boca, antes de darme cuenta de que debería mostrarme enfadado.
—Pues aquí estaba, buscándote todo este tiempo, para que luego vengas tú a mí sin más.
La calma fingida de sus palabras queda socavada por la tensión de su voz y el movimiento casi inapreciable del cuero cabelludo derivado de apretar los dientes con rabia. Bromas aparte, sabe con certeza que me encuentro a un estornudo de cargarme su tan esculpido y precioso rostro.
—Oye, Panth, ya sé que pasó todo eso la última vez que nos vimos —digo inclinándome—. Pero lo cierto es que hoy no tengo tiempo para perder contigo en este basurero.
—Este basurero es culpa tuya.
Lo dice de una forma que me paraliza. Firme, inequívoco, un hecho.
—Emm, eso no es verdad.
Sé que se está ganando tiempo. Sé que no debería entrar en eso. Le acabo de hacer lo mismo al último agente con el que he hablado.
No lo puedo evitar.
—Suelo recordar las travesuras que hago que destrozan dimensiones, pero muchas gracias.
—Los renegados negligentes como tú tenéis la culpa de todo esto. —Pantheon recorre con la mirada el paisaje devastado que tenemos ante nosotros, y no puedo evitar mirar yo también—. Saltos que instigan paradojas, que a su vez provocan anomalías en el espacio-tiempo. Después... llegan los pretorianos.
Un escalofrío me recorre la espalda. "Pretorianos... aquí...".
Pantheon hace el amago de levantarse, y yo levanto mi brazo cañón como advertencia, con el arma ya a pleno rendimiento. Él ni se inmuta.
—Esto antes era mi hogar. Pero me lo arrebataron todo.
Desde luego que corro riesgos. Y a veces de los gordos. No es que sea imprudente, pero no puedo decir que no haya causado una o dos paradojas...
—Pantheon —digo, bajando mi brazo cañón una fracción de segundo.
Craso error.
Pantheon se abalanza sobre mí y una barrera de energía brota de su escudo cuando efectúo mi disparo, un disparo que llega una milésima de segundo demasiado tarde. Me golpea con fuerza, y siento como se me rompe la nariz por segunda vez, lo que me deja aturdido. Extiende su mano izquierda y su lanza acude a él. Recupero el sentido justo a tiempo para transferirme fuera de la trayectoria de su desgarradora lanzada.
—¡Responderás por tus crímenes ante los Rememoradores! —ruge.
Vaya, qué rápido se ha torcido esto. Y no es una pelea que me rente teniendo en cuenta mi estado actual. Pantheon arroja su lanza, y yo llevo mi traje al límite, transfiriéndome lo más lejos que puedo hacia lo alto de una ladera.
Cargo mi brazo cañón para preparar un cronosalto, y todo el traje tiembla mientras Perla intenta obtener energía a través del núcleo dañado. —Estabilidad de salto comprometida gravemente, se recomienda iniciar protocolo de seguridad.
La lanza de Pantheon sale disparada hacia mí y a duras penas logro esquivarla a tiempo. Aterriza en los restos de una estatua de piedra enorme que hay detrás de mí y la hace añicos.
—¡Perla! ¡Anula los protocolos de seguridad! ¡Ya!
Sin esperar confirmación, apunto con mi brazo cañón y disparo. A continuación, me inunda el alivio al cruzar el umbral del portal, aunque me dura poco, pues me alcanza una sacudida de dolor provocada por el incontrolable éter entre dimensiones. Caigo hacia arriba, precipitándome a un destino incierto...
RÉPLICA
Me despierto sin aliento.
Me duele todo. Como si me hubieran metido a dar vueltas en una lavadora.
Tengo la cabeza sobre el pecho de alguien. Puedo ver el rostro de una mujer. Serio y adusto, pero, en este momento, tranquilo y preocupado.
—Menos mal —dice—. Pensábamos que te habíamos perdido en ese último salto.
—¿Dónde...? —Trato de incorporarme, pero un arco de electricidad del núcleo del pecho me contrae los músculos del lado izquierdo y me retuerzo de dolor.
—Eso no es bueno —afirma la mujer—. No tenemos mucho tiempo. Lo teníamos pisándonos los talones, y todos esos pretorianos... —Sacude la cabeza—. Lucian y Pantheon siguieron adelante, y Caitlyn anda en busca de una buena posición estratégica.
Logro imponerme al dolor y ponerme en pie con gran esfuerzo. Conozco dos de los tres nombres que acaba de mencionar, y ninguno es de los que te gustaría escuchar de los labios de una extraña nada más recuperar la consciencia después de haber dado tumbos por un espacio-tiempo desconocido.
La mujer también se pone de pie, tiene las manos extendidas para intentar calmarme.
—¿Cuándo estoy? —pregunto agarrándome el pecho—. ¿Quién eres tú?
Ahora que puedo verla mejor, la confusión que siento aumenta. Es, sin duda, una agente: lo sé por la cronoespada a su lado, el núcleo de pulso de fuego en el traje que, por la forma, debe de ser una especie de modelo estilizado futuro, la ridícula hombrera única en el uniforme. Ridiculísima. Muy de los Rememoradores.
Puedo ver la confusión en el rostro de la mujer que, de repente, abre mucho los ojos, alarmada.
—Tú no eres nuestro Ezreal —dice.
—A ver, señora, no soy el Ezreal de nadie, sino el Ezreal de Ezreal.
Miro a mi alrededor. Estoy en una sala extraña hecha de un metal liso, blanco y vivo con un toque cromado. Hay colgadas lámparas de un brillo azul a intervalos regulares. Casi tengo la impresión de estar dentro de un traje de pulso de fuego.
Siento un estremecimiento de angustia por la espalda. No, no puede ser.
—Esto... ¿Esto es...?
—La Ciudadela de los Rememoradores. Pero tú no deberías estar aquí. No sé de cuándo vienes, pero debes marcharte, antes de que llegues. El otro tú, digo. —La mujer entrecierra los ojos—. Más te vale llegar. Si has muerto, te mato.
Agito la cabeza.
—No tengo ni idea de qué o cuándo es esto. —Apunto con mi brazo cañón hacia su pecho—. Pero voy a quedarme tu núcleo de pulso de fuego —pronuncio con el tono más amenazante que puedo.
Justo en ese momento, mi brazo cañón hace gala de sus interferencias y echa chispas.
—Sistema de armas al diez por ciento —me comenta Perla en el oído un poco más alto de lo normal.
Por la cara que pone, juraría que la mujer también lo ha escuchado.
—Ah. Sin duda vienes del pasado. —La mujer se pellizca el puente de la nariz, como si tratara de quitarse un dolor de cabeza—. Se me había olvidado lo insufrible que eras.
—No soy insufrible. —Hago una mueca adorable—. Soy encantador.
Entonces, se detiene en seco, y, apretando los ojos, viene derechita hacia mí. Doy un paso atrás, pero enseguida la tengo encima dándome golpes en el pecho con un dedo.
—Por eso me contaste esa historia anoche. —Me mira inquisitiva—. La de que ya te había salvado la vida dos veces. Y que probablemente lo haría una vez más antes de que se acabara todo.
—Oye, para serte sincero, no sé de qué estás...
Sin esperar mi respuesta, la mujer me coge del dispositivo del pecho e introduce una mano por dentro del cuello del traje. Me quejo, pero ya ha activado algún tipo de mecanismo ahí dentro que hace que mi pecho gire y se abra, dejando a la vista la maquinaria interna.
Vale. Es obvio que no es la primera vez que lo hace.
Antes de que yo pueda decir nada, de su guante emergen unos nodos de diagnóstico y unas microherramientas a medida que se pone a trabajar.
—¿Lo vas a...? ¿Lo vas a arreglar? —pregunto incrédulo.
—Menudo imbécil eras. Madre mía. Cuánto daño. ¿Te las viste con Lucian? Sí, te las viste con Lucian. Me parece increíble que no te matara. Siempre ha sido mejor.
Ni siquiera está hablando conmigo, sino que medio murmulla entre dientes mientras trabaja. Intento quedarme quieto; hasta yo mismo sé que no es buena idea andar forcejeando cuando el núcleo de energía cronocurvador está abierto.
Se oye un ruido que viene del otro lado de la sala, seguido del inconfundible sonido de disparos de bláster. Frunzo el ceño, estiro el cuello para mirar, pero la mujer le da un fuerte tirón a mi traje.
—Quédate quieto —me advierte.
Saltan chispas azules y emerge un hilo fino de humo. Después, la mujer me suelta, y el núcleo gira hasta colocarse en su lugar y se cierra. Miro abajo. El brillo parece más tenue que de costumbre, pero ya no aparece electricidad cada pocos segundos.
—Funciona... —digo maravillado.
—Para un salto más antes de que se rompa por completo. Seguramente —dice—. ¡Ahora vete!
Da media vuelta para irse, pero de repente se detiene. Mete una mano en el bolsillo y me lanza algo por el aire. Lo cojo.
—Cuando me veas, no tendré compasión contigo —añade—. Asegúrate de enseñarme eso. Si no, te mataré.
Le echo un vistazo: es una moneda que lleva una insignia con una fina espada grabada sobre una rosa elegante. Se me pasan un montón de preguntas por la mente. Pero un eco de voces, seguidas de disparos, nos llega desde un poco más cerca.
—Con esa van dos —murmura sobre todo para sí misma—. No hay tiempo para descubrir la tercera. Con dos tiene que ser suficiente.
—Eso no me tranquiliza mucho —le grito, aunque ya ha echado a correr.
Me ignora, gira la esquina y desaparece.
Le doy un golpecito al núcleo de mi pecho. Así que un último salto, ¿eh? Ya no me queda otra. Solo se me ocurre una persona que quizá pueda ayudarme. Parece ser que al final terminaré viéndole el careto arrogante.
No me apetece nada tener que pedirle un favor. Otra vez. Todavía. Lo que sea.
Dejo escapar un suspiro.
—Perla, inicia el proceso —Apunto con mi brazo cañón y disparo, con lo que, de nuevo, se abre un portal—. Hora de hacerle una visita a Ekko.
ENGRANAJE TEMPORAL
¿Alguna vez habéis conocido a alguien que se parecía tanto a vosotros que lo odiabais un poco, porque quizá, solo quizá, os hacía ver claramente todas esas pequeñas cosas que no os gustan de vosotros mismos?
Bueno, pues con Ekko ese no es para nada el caso.
Es la cresta.
—Me dijiste "hasta nunqui” —me echa en cara Ekko sin ni siquiera mirarme.
—Ya lo sé.
—"Ha estado guay, pero no nos volveremos a ver, que seguramente sea lo mejor, dadas las circunstancias" —sigue diciendo sin darse la vuelta.
Aprieto los dientes.
—Sí. Me acuerdo.
—Han pasado cuatro segundos.
Deja el cubo extraño con el que está trasteando y, por fin, se vuelve hacia mí con los brazos cruzados. Buf, la de líos que tuvimos que pasar para conseguir esa cosa.
—Para mí no. Para mí han sido años. —Me doy cuenta de lo ñoño que sueno y lo detesto—. Solo que... necesitaba encontrarte en un dónde y un cuándo en los que supiera con certeza que estarías.
—Pues vaya salida de flipado —dice, y me entran ganas de borrarle la sonrisa burlona de la cara a golpes—. ¿En qué líos te has metido esta vez?
—Bueno, nada gordo —digo, mientras voy bajando escalones y toqueteando los paneles y dispositivos que tiene en su escondrijo—. Puede que, eh, haya tenido un roce con un agente...
—No es una novedad.
—Y puede que lo haya reventado un poco...
—No toques eso.
Mis dedos se detienen por encima de una maceta con una planta suspendida en un campo temporal aislado. Observo cómo se encoge desde la flor al capullo para finalmente ser un nuevo brote, y cómo vuelve a madurar hacia atrás dentro de la misma línea temporal, extinguiendo, de algún extraño modo, todas las posibilidades sin crear nuevas anomalías. Fisura temporal, lo llama Ekko. No puedo evitar sacudir la cabeza. Ni me imaginaba que la tecnología de pulso de fuego pudiera hacer eso, y los agentes seguro que tampoco. Genialidad pura.
Lo odio.
—Mi núcleo de pulso de fuego está frito, necesito uno nuevo—. Eso de decir la verdad me funcionó a las mil maravillas con la mujer agente, así que decido probarlo con Ekko—. ¿Tienes uno por ahí?
Ekko se parte de risa. Frunzo el ceño. No de mí (he vivido muchas cosas con este payaso como para saber la diferencia) pero me pica igualmente.
—Vale, venga, estupendo. ¿Me puedes arreglar el mío, entonces?
Se acerca y se inclina para mirarme el dispositivo del pecho.
—¿Este destrozo, colega? Estarás de coña. ¿Qué, te han metido un tiro de bláster a bocajarro o algo así?
—A lo mejor...
Se me queda mirando boquiabierto.
—¡Hay que proteger el núcleo siempre!
—¡Hay que protegerse la cara siempre! —le respondo.
—Pues eso parece que tampoco lo has hecho bien —me la devuelve, la voz cargada de juicio.
Me toca la nariz (que está más que rota), y suelto un quejido. Hago una mueca de dolor.
—Bueno, pues entonces, ¿me puedes fabricar otro? —Aumenta la desesperación... y Ekko ya está negando con la cabeza—. ¿Por qué no? ¡Tu traje lo hiciste de cero!
Se encoge de hombros.
—Sí, y ese "cero" implicaba el núcleo de cristal que le sustraje a un agente. Igual que tú.
Imposible. Hasta Ekko tiene sus límites. Me... quedo sin opciones.
Me dejo caer en una silla, atontado.
—He gastado mi último salto en venir aquí. —Cabizbajo, me llevo las manos a la cabeza—. Si no puedes arreglarlo..., entonces... ya está. Me quedaré... a vivir aquí.
—Claro que sí. —Ekko coge su máscara de la mesa con el cubo—. Es lo peor que has dicho en tu vida. Aquí en mi línea temporal no te vas a quedar. Te ayudaré.
No puedo ni mirarle a la cara.
—¿Qué otras opciones tengo? —pregunto.
—Robar un núcleo.
Chasco la lengua con frustración.
—Ya lo he intentado. Es más difícil de lo que piensas.
Lo escucho trasteando por ahí. Se oye un clic cuando se abrocha la mochila de su Fisura temporal a la espalda.
—Solo necesitamos dar con un algún pringado. Algún tonto que no esté preparado —explica.
Se me acerca y me da un empujón en el hombro. Miro hacia arriba. Está completamente equipado y listo para partir. Para ayudarme. Y sabiendo la aventura de la que viene..., tiene que estar cansadísimo. Pero me dedica esa sonrisita estúpida que tanto odio y me suelta:
—Venga, bobo.
Empiezo a esbozar una sonrisa cuando, de repente, mi mente paraliza el gesto de mi cara.
Oh. Claro. ¡Ya está! ¡Soy un bobo!
—Te odio un montón —le digo mientras me dirijo derecho a él para abrazarlo.
—¡Ay! ¡Oye! ¡Quita de encima! —me grita.
Forcejea, pero yo me cojo como una lapa.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Un minuto más o menos. Es decir, una eternidad —me la devuelve.
Tengo su mano en la cara, pero llego a cogerle la muñeca.
—Rebobíname a justo antes de que apareciera.
Ekko parpadea.
—¿Por qué...?
—Para que recupere mi último cronosalto —digo con una sonrisa en la boca—. Después de verdad que chao, adiós, no me vuelves a ver el pelo, ni te vuelvo a molestar.
Alargo la mano que tengo libre para acariciarle la cresta, pero esta vez es él quien me coge la muñeca.
—No. Me. Toques. El. Pelo —me espeta con contundencia.
—Ekko —aparto la mano—, por favor. Hazme ese último favor. Rebobina una vez más. Como la última vez.
—La última vez era la última vez —me espeta mofándose—. Y sabes de sobra que la Fisura temporal no está concebida para llevar a más de una persona.
Respiro profundamente.
—Lo sé. Y... uno de estos días... te lo pagaré. Te pagaré todas las últimas veces.
—Has dicho que no te volvería a ver el pelo —suspira.
Le guiño el ojo.
—En cuatro segundos.
Ekko pone los ojos en blanco, mientras se lleva la mano a la espalda.
—Eres un pesado —dice al tiempo que activa el dispositivo de Fisura temporal.
—Gracias, Ekko —y añado con una sonrisa—, te debo una.
—Ahora me debes cuatro —puntualiza, acercándome a él cuando tira del cable.
El mundo que nos rodea se ralentiza, se detiene y, seguidamente, se rebobina a un ritmo cada vez mayor.
Brutal, adoro a este tío.
FLUJO
La lluvia cae como una cortina. Calle abajo, la luz tenue de los faroles se esfuerza por traspasar la lúgubre oscuridad, difusa por el aguacero. Apenas veo más allá de mis narices (todavía más que rotas). Me duele cada partícula de mi ser. Estalla el estruendo de un trueno, y me pitan los oídos como resultado. Estoy hecho un trapo. Pero no importa.
Conozco este momento y este lugar tan bien que casi puedo caminar por él con los ojos cerrados.
Más adelante, un par de puertas dobles se abren de golpe, y un muchacho desaliñado sale tambaleándose de una especie de tienda, con una cartera colgada del hombro y el rostro oscurecido por la capucha de la pesada capa que lleva. Mira a sus espaldas, con lo que pierde unos segundos de oro, antes de echar a correr doblando la manzana.
Respiro hondo.
—Perla, inicia el temporizador.
En la periferia superior, empieza a sonar el tictac del rastreador.
—Un mil. Dos miles.
Una figura corpulenta sale corriendo por la misma puerta detrás de él. Un delatador brillo azulado emana del arma que empuña, y su coraza blanca puede verse bajo los faroles de la sombría calle, incluso bajo la lluvia.
—Once miles. Doce miles.
Me apresuro, tomando atajos que hacía toda una vida que no tomaba, pero que me siguen pareciendo tan familiares como la voz de Perla en mi oído. Tengo un margen de tiempo muy escaso para hacerlo. Y si la fastidio... Sacudo la cabeza. No voy a fastidiarla.
Enseguida, llego a mi destino: un edificio que parece un imponente monolito oscuro. Encuentro la salida de incendios; la escalera está a una buena distancia por encima de mí. Salto cogiendo carrerilla y consigo llegar por los pelos. Los brazos me arden a modo de protesta cuando los utilizo para levantarme. Ahora solo quedan once tramos de escaleras que subir.
Cuando salga de esta me voy a echar una siesta que no veas.
—Treinta y dos miles. Treinta y tres miles.
Me las apaño para llegar al tejado y me escondo tras la única puerta que da acceso al interior del edificio. Me agacho mucho y me muevo con rapidez, tomo mi posición detrás de donde se debería abrir la puerta y compruebo el temporizador.
Treinta segundos de sobra, más o menos.
Una única oportunidad para hacerlo bien.
—Cuarenta y cinco miles. Cuarenta y seis miles.
La puerta se abre de golpe, y el muchacho de antes sale corriendo por ella. Pero tiene al agente justo detrás. Se lanza a por él y lo coge por el brazo. Una pelea. Una lucha. El agente le arranca al chico la cartera, que sale despedida hacia atrás. En mi dirección.
Me lanzo hacia delante y me hago con la cartera para meter rápidamente la mano en busca de mi premio.
El disparo de un bláster resuena bajo la lluvia.
—Cincuenta y cinco miles. Cincuenta y seis miles.
Dos disparos más, en rápida sucesión. Después, solo el plop plop de la lluvia. Entonces, el golpe seco de un cuerpo que impacta contra el suelo que hay abajo.
No debería mirar atrás..., pero lo hago.
El chico está de pie, le tiemblan las manos mientras sostiene el arma. Camina lentamente hacia el borde del edificio y retira su capucha para poder mirar mejor el cuerpo de más abajo, con lo que deja al descubierto su pelo rubio rebelde.
Menudo pringado. Un auténtico pardillo.
Me vuelvo a agachar, escondido tras el mismo lugar de antes, peleándome con la cartera. Suena el tañido de un campanario lejano: las doce campanadas de medianoche.
Abro la cartera y extraigo el núcleo de pulso de fuego fijado a las bandoleras cruzadas, y el brazo cañón sincronizado. Parecen tan pequeños y simples comparados con el traje fabricado y modificado desde entonces... Pero representan exactamente lo mismo para mí ahora que la primera vez que les puse la mano encima:
La libertad.
Me ajusto el núcleo de pulso de fuego en el pecho. Compruebo la cuenta atrás de Perla. Mi yo pasado está a punto de alejarse del borde del edificio. De ir a buscar la cartera adonde cayó. No estará ahí. Entrará en pánico, y después la encontrará colgando en la salida de incendios de al lado, donde había aterrizado de forma improbable (o eso pensará).
Introduzco un destino manualmente en mi nuevo viejo brazo cañón de la cartera, apunto y disparo. Se abre ante mí un portal claro como el agua. Sonrío.
Vuelvo a las andadas.
Pues sí, ahora estoy viajando doblemente por un tiempo que literalmente he tomado prestado (me he robado) a mí mismo. Y, si no devuelvo el núcleo a la cartera a tiempo, pues bueno... No quiero ni pensar la anomalía fulminamultiverso que se abriría. Miro arriba y me veo empezar a a acercarme. Solo unos segundos hasta que vea que no está la cartera, o sea, nada de tiempo.
Aunque, cuando eres un viajero del tiempo, "nada de tiempo" es lo único que te hace falta. O eso espero.
PROTECCIÓN
No ha notado mi presencia. Aún.
Normalmente, el sigilo no es lo mío. Soy más bien esa clase de tío que dispara primero y nunca pregunta. Pero, teniendo en cuenta el estado actual de mi núcleo de pulso de fuego... Bueno, en momentos así hay que usar tácticas poco habituales.
Él está ahí..., sin más. Con el escudo a su lado y la lanza clavada un poco más allá. Resuelto. Pensativo. Aburriiido.
Tras caer en una dimensión de lo más desagradable (ese tamaño de mosquitos chupasangres no debería ser legal), Perla consiguió reunir la suficiente energía de mi núcleo dañado como para anclarse a la cronofirma de una señal de pulso de fuego cercana (cercana en términos de la relatividad, claro). Eran buenas noticias para mí (y malas para el agente al que voy a intentar quitarle su núcleo de pulso de fuego).
¿Para qué arreglar algo si puedes robar, digo, tomar prestado uno nuevo?
Y, mira tú por dónde, conocía a este agente. Pantheon. Un zoquete de la cabeza a los pies. De un mal humor que te cagas: el mundo en su contra, sin duda una infancia muy dura, esas cosas.
Ahora mismo, está sobre las ruinas de un edificio que no reconozco. Si soy sincero, no soy capaz de reconocer nada de esta dimensión: todo parece estar hecho una basura. Estructuras derrumbadas, flora destruida, indicios claros de un conflicto mecánico y químico por todas partes. Un asco.
Me transfiero justo detrás de él, con el brazo cañón apretado ligeramente contra la parte posterior de su cabeza. —No te muevas —le espeto con la voz más amenazadora que sé hacer.
Se queda helado. Desde mi ventajosa posición, apenas veo como su visor chirría y cruje, como si intentara adivinar quién soy.
—Ezreal —gruñe.
—¿Cómo va eso, Panth? —pregunto con una sonrisa en la boca, antes de darme cuenta de que debería mostrarme enfadado.
—Pues aquí estaba, buscándote todo este tiempo, para que luego vengas tú a mí sin más.
La calma fingida de sus palabras queda socavada por la tensión de su voz y el movimiento casi inapreciable del cuero cabelludo derivado de apretar los dientes con rabia. Bromas aparte, sabe con certeza que me encuentro a un estornudo de cargarme su tan esculpido y precioso rostro.
—Oye, Panth, ya sé que pasó todo eso la última vez que nos vimos —digo inclinándome—. Pero lo cierto es que hoy no tengo tiempo para perder contigo en este basurero.
—Este basurero es culpa tuya.
Lo dice de una forma que me paraliza. Firme, inequívoco, un hecho.
—Emm, eso no es verdad.
Sé que se está ganando tiempo. Sé que no debería entrar en eso. Le acabo de hacer lo mismo al último agente con el que he hablado.
No lo puedo evitar.
—Suelo recordar las travesuras que hago que destrozan dimensiones, pero muchas gracias.
—Los renegados negligentes como tú tenéis la culpa de todo esto. —Pantheon recorre con la mirada el paisaje devastado que tenemos ante nosotros, y no puedo evitar mirar yo también—. Saltos que instigan paradojas, que a su vez provocan anomalías en el espacio-tiempo. Después... llegan los pretorianos.
Un escalofrío me recorre la espalda. "Pretorianos... aquí...".
Pantheon hace el amago de levantarse, y yo levanto mi brazo cañón como advertencia, con el arma ya a pleno rendimiento. Él ni se inmuta.
—Esto antes era mi hogar. Pero me lo arrebataron todo.
Desde luego que corro riesgos. Y a veces de los gordos. No es que sea imprudente, pero no puedo decir que no haya causado una o dos paradojas...
—Pantheon —digo, bajando mi brazo cañón una fracción de segundo.
Craso error.
Pantheon se abalanza sobre mí y una barrera de energía brota de su escudo cuando efectúo mi disparo, un disparo que llega una milésima de segundo demasiado tarde. Me golpea con fuerza, y siento como se me rompe la nariz por segunda vez, lo que me deja aturdido. Extiende su mano izquierda y su lanza acude a él. Recupero el sentido justo a tiempo para transferirme fuera de la trayectoria de su desgarradora lanzada.
—¡Responderás por tus crímenes ante los Rememoradores! —ruge.
Vaya, qué rápido se ha torcido esto. Y no es una pelea que me rente teniendo en cuenta mi estado actual. Pantheon arroja su lanza, y yo llevo mi traje al límite, transfiriéndome lo más lejos que puedo hacia lo alto de una ladera.
Cargo mi brazo cañón para preparar un cronosalto, y todo el traje tiembla mientras Perla intenta obtener energía a través del núcleo dañado. —Estabilidad de salto comprometida gravemente, se recomienda iniciar protocolo de seguridad.
La lanza de Pantheon sale disparada hacia mí y a duras penas logro esquivarla a tiempo. Aterriza en los restos de una estatua de piedra enorme que hay detrás de mí y la hace añicos.
—¡Perla! ¡Anula los protocolos de seguridad! ¡Ya!
Sin esperar confirmación, apunto con mi brazo cañón y disparo. A continuación, me inunda el alivio al cruzar el umbral del portal, aunque me dura poco, pues me alcanza una sacudida de dolor provocada por el incontrolable éter entre dimensiones. Caigo hacia arriba, precipitándome a un destino incierto...RÉPLICA
Me despierto sin aliento.
Me duele todo. Como si me hubieran metido a dar vueltas en una lavadora.
Tengo la cabeza sobre el pecho de alguien. Puedo ver el rostro de una mujer. Serio y adusto, pero, en este momento, tranquilo y preocupado.
—Menos mal —dice—. Pensábamos que te habíamos perdido en ese último salto.
—¿Dónde...? —Trato de incorporarme, pero un arco de electricidad del núcleo del pecho me contrae los músculos del lado izquierdo y me retuerzo de dolor.
—Eso no es bueno —afirma la mujer—. No tenemos mucho tiempo. Lo teníamos pisándonos los talones, y todos esos pretorianos... —Sacude la cabeza—. Lucian y Pantheon siguieron adelante, y Caitlyn anda en busca de una buena posición estratégica.
Logro imponerme al dolor y ponerme en pie con gran esfuerzo. Conozco dos de los tres nombres que acaba de mencionar, y ninguno es de los que te gustaría escuchar de los labios de una extraña nada más recuperar la consciencia después de haber dado tumbos por un espacio-tiempo desconocido.
La mujer también se pone de pie, tiene las manos extendidas para intentar calmarme.
—¿Cuándo estoy? —pregunto agarrándome el pecho—. ¿Quién eres tú?
Ahora que puedo verla mejor, la confusión que siento aumenta. Es, sin duda, una agente: lo sé por la cronoespada a su lado, el núcleo de pulso de fuego en el traje que, por la forma, debe de ser una especie de modelo estilizado futuro, la ridícula hombrera única en el uniforme. Ridiculísima. Muy de los Rememoradores.
Puedo ver la confusión en el rostro de la mujer que, de repente, abre mucho los ojos, alarmada.
—Tú no eres nuestro Ezreal —dice.
—A ver, señora, no soy el Ezreal de nadie, sino el Ezreal de Ezreal.
Miro a mi alrededor. Estoy en una sala extraña hecha de un metal liso, blanco y vivo con un toque cromado. Hay colgadas lámparas de un brillo azul a intervalos regulares. Casi tengo la impresión de estar dentro de un traje de pulso de fuego.
Siento un estremecimiento de angustia por la espalda. No, no puede ser.
—Esto... ¿Esto es...?
—La Ciudadela de los Rememoradores. Pero tú no deberías estar aquí. No sé de cuándo vienes, pero debes marcharte, antes de que llegues. El otro tú, digo. —La mujer entrecierra los ojos—. Más te vale llegar. Si has muerto, te mato.
Agito la cabeza.
—No tengo ni idea de qué o cuándo es esto. —Apunto con mi brazo cañón hacia su pecho—. Pero voy a quedarme tu núcleo de pulso de fuego —pronuncio con el tono más amenazante que puedo.
Justo en ese momento, mi brazo cañón hace gala de sus interferencias y echa chispas.
—Sistema de armas al diez por ciento —me comenta Perla en el oído un poco más alto de lo normal.
Por la cara que pone, juraría que la mujer también lo ha escuchado.
—Ah. Sin duda vienes del pasado. —La mujer se pellizca el puente de la nariz, como si tratara de quitarse un dolor de cabeza—. Se me había olvidado lo insufrible que eras.
—No soy insufrible. —Hago una mueca adorable—. Soy encantador.
Entonces, se detiene en seco, y, apretando los ojos, viene derechita hacia mí. Doy un paso atrás, pero enseguida la tengo encima dándome golpes en el pecho con un dedo.
—Por eso me contaste esa historia anoche. —Me mira inquisitiva—. La de que ya te había salvado la vida dos veces. Y que probablemente lo haría una vez más antes de que se acabara todo.
—Oye, para serte sincero, no sé de qué estás...
Sin esperar mi respuesta, la mujer me coge del dispositivo del pecho e introduce una mano por dentro del cuello del traje. Me quejo, pero ya ha activado algún tipo de mecanismo ahí dentro que hace que mi pecho gire y se abra, dejando a la vista la maquinaria interna.
Vale. Es obvio que no es la primera vez que lo hace.
Antes de que yo pueda decir nada, de su guante emergen unos nodos de diagnóstico y unas microherramientas a medida que se pone a trabajar.
—¿Lo vas a...? ¿Lo vas a arreglar? —pregunto incrédulo.
—Menudo imbécil eras. Madre mía. Cuánto daño. ¿Te las viste con Lucian? Sí, te las viste con Lucian. Me parece increíble que no te matara. Siempre ha sido mejor.
Ni siquiera está hablando conmigo, sino que medio murmulla entre dientes mientras trabaja. Intento quedarme quieto; hasta yo mismo sé que no es buena idea andar forcejeando cuando el núcleo de energía cronocurvador está abierto.
Se oye un ruido que viene del otro lado de la sala, seguido del inconfundible sonido de disparos de bláster. Frunzo el ceño, estiro el cuello para mirar, pero la mujer le da un fuerte tirón a mi traje.
—Quédate quieto —me advierte.
Saltan chispas azules y emerge un hilo fino de humo. Después, la mujer me suelta, y el núcleo gira hasta colocarse en su lugar y se cierra. Miro abajo. El brillo parece más tenue que de costumbre, pero ya no aparece electricidad cada pocos segundos.
—Funciona... —digo maravillado.
—Para un salto más antes de que se rompa por completo. Seguramente —dice—. ¡Ahora vete!
Da media vuelta para irse, pero de repente se detiene. Mete una mano en el bolsillo y me lanza algo por el aire. Lo cojo.
—Cuando me veas, no tendré compasión contigo —añade—. Asegúrate de enseñarme eso. Si no, te mataré.
Le echo un vistazo: es una moneda que lleva una insignia con una fina espada grabada sobre una rosa elegante. Se me pasan un montón de preguntas por la mente. Pero un eco de voces, seguidas de disparos, nos llega desde un poco más cerca.
—Con esa van dos —murmura sobre todo para sí misma—. No hay tiempo para descubrir la tercera. Con dos tiene que ser suficiente.
—Eso no me tranquiliza mucho —le grito, aunque ya ha echado a correr.
Me ignora, gira la esquina y desaparece.
Le doy un golpecito al núcleo de mi pecho. Así que un último salto, ¿eh? Ya no me queda otra. Solo se me ocurre una persona que quizá pueda ayudarme. Parece ser que al final terminaré viéndole el careto arrogante.
No me apetece nada tener que pedirle un favor. Otra vez. Todavía. Lo que sea.
Dejo escapar un suspiro.
—Perla, inicia el proceso —Apunto con mi brazo cañón y disparo, con lo que, de nuevo, se abre un portal—. Hora de hacerle una visita a Ekko.
¿Alguna vez habéis conocido a alguien que se parecía tanto a vosotros que lo odiabais un poco, porque quizá, solo quizá, os hacía ver claramente todas esas pequeñas cosas que no os gustan de vosotros mismos?
Bueno, pues con Ekko ese no es para nada el caso.
Es la cresta.
—Me dijiste "hasta nunqui” —me echa en cara Ekko sin ni siquiera mirarme.
—Ya lo sé.
—"Ha estado guay, pero no nos volveremos a ver, que seguramente sea lo mejor, dadas las circunstancias" —sigue diciendo sin darse la vuelta.
Aprieto los dientes.
—Sí. Me acuerdo.
—Han pasado cuatro segundos.
Deja el cubo extraño con el que está trasteando y, por fin, se vuelve hacia mí con los brazos cruzados. Buf, la de líos que tuvimos que pasar para conseguir esa cosa.
—Para mí no. Para mí han sido años. —Me doy cuenta de lo ñoño que sueno y lo detesto—. Solo que... necesitaba encontrarte en un dónde y un cuándo en los que supiera con certeza que estarías.
—Pues vaya salida de flipado —dice, y me entran ganas de borrarle la sonrisa burlona de la cara a golpes—. ¿En qué líos te has metido esta vez?
—Bueno, nada gordo —digo, mientras voy bajando escalones y toqueteando los paneles y dispositivos que tiene en su escondrijo—. Puede que, eh, haya tenido un roce con un agente...
—No es una novedad.
—Y puede que lo haya reventado un poco...
—No toques eso.
Mis dedos se detienen por encima de una maceta con una planta suspendida en un campo temporal aislado. Observo cómo se encoge desde la flor al capullo para finalmente ser un nuevo brote, y cómo vuelve a madurar hacia atrás dentro de la misma línea temporal, extinguiendo, de algún extraño modo, todas las posibilidades sin crear nuevas anomalías. Fisura temporal, lo llama Ekko. No puedo evitar sacudir la cabeza. Ni me imaginaba que la tecnología de pulso de fuego pudiera hacer eso, y los agentes seguro que tampoco. Genialidad pura.
Lo odio.
—Mi núcleo de pulso de fuego está frito, necesito uno nuevo—. Eso de decir la verdad me funcionó a las mil maravillas con la mujer agente, así que decido probarlo con Ekko—. ¿Tienes uno por ahí?
Ekko se parte de risa. Frunzo el ceño. No de mí (he vivido muchas cosas con este payaso como para saber la diferencia) pero me pica igualmente.
—Vale, venga, estupendo. ¿Me puedes arreglar el mío, entonces?
Se acerca y se inclina para mirarme el dispositivo del pecho.
—¿Este destrozo, colega? Estarás de coña. ¿Qué, te han metido un tiro de bláster a bocajarro o algo así?
—A lo mejor...
Se me queda mirando boquiabierto.
—¡Hay que proteger el núcleo siempre!
—¡Hay que protegerse la cara siempre! —le respondo.
—Pues eso parece que tampoco lo has hecho bien —me la devuelve, la voz cargada de juicio.
Me toca la nariz (que está más que rota), y suelto un quejido. Hago una mueca de dolor.
—Bueno, pues entonces, ¿me puedes fabricar otro? —Aumenta la desesperación... y Ekko ya está negando con la cabeza—. ¿Por qué no? ¡Tu traje lo hiciste de cero!
Se encoge de hombros.
—Sí, y ese "cero" implicaba el núcleo de cristal que le sustraje a un agente. Igual que tú.
Imposible. Hasta Ekko tiene sus límites. Me... quedo sin opciones.
Me dejo caer en una silla, atontado.
—He gastado mi último salto en venir aquí. —Cabizbajo, me llevo las manos a la cabeza—. Si no puedes arreglarlo..., entonces... ya está. Me quedaré... a vivir aquí.
—Claro que sí. —Ekko coge su máscara de la mesa con el cubo—. Es lo peor que has dicho en tu vida. Aquí en mi línea temporal no te vas a quedar. Te ayudaré.
No puedo ni mirarle a la cara.
—¿Qué otras opciones tengo? —pregunto.
—Robar un núcleo.
Chasco la lengua con frustración.
—Ya lo he intentado. Es más difícil de lo que piensas.
Lo escucho trasteando por ahí. Se oye un clic cuando se abrocha la mochila de su Fisura temporal a la espalda.
—Solo necesitamos dar con un algún pringado. Algún tonto que no esté preparado —explica.
Se me acerca y me da un empujón en el hombro. Miro hacia arriba. Está completamente equipado y listo para partir. Para ayudarme. Y sabiendo la aventura de la que viene..., tiene que estar cansadísimo. Pero me dedica esa sonrisita estúpida que tanto odio y me suelta:
—Venga, bobo.
Empiezo a esbozar una sonrisa cuando, de repente, mi mente paraliza el gesto de mi cara.
Oh. Claro. ¡Ya está! ¡Soy un bobo!
—Te odio un montón —le digo mientras me dirijo derecho a él para abrazarlo.
—¡Ay! ¡Oye! ¡Quita de encima! —me grita.
Forcejea, pero yo me cojo como una lapa.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Un minuto más o menos. Es decir, una eternidad —me la devuelve.
Tengo su mano en la cara, pero llego a cogerle la muñeca.
—Rebobíname a justo antes de que apareciera.
Ekko parpadea.
—¿Por qué...?
—Para que recupere mi último cronosalto —digo con una sonrisa en la boca—. Después de verdad que chao, adiós, no me vuelves a ver el pelo, ni te vuelvo a molestar.
Alargo la mano que tengo libre para acariciarle la cresta, pero esta vez es él quien me coge la muñeca.
—No. Me. Toques. El. Pelo —me espeta con contundencia.
—Ekko —aparto la mano—, por favor. Hazme ese último favor. Rebobina una vez más. Como la última vez.
—La última vez era la última vez —me espeta mofándose—. Y sabes de sobra que la Fisura temporal no está concebida para llevar a más de una persona.
Respiro profundamente.
—Lo sé. Y... uno de estos días... te lo pagaré. Te pagaré todas las últimas veces.
—Has dicho que no te volvería a ver el pelo —suspira.
Le guiño el ojo.
—En cuatro segundos.
Ekko pone los ojos en blanco, mientras se lleva la mano a la espalda.
—Eres un pesado —dice al tiempo que activa el dispositivo de Fisura temporal.
—Gracias, Ekko —y añado con una sonrisa—, te debo una.
—Ahora me debes cuatro —puntualiza, acercándome a él cuando tira del cable.
El mundo que nos rodea se ralentiza, se detiene y, seguidamente, se rebobina a un ritmo cada vez mayor.
Brutal, adoro a este tío.