Baja para comenzar
Tras dar un beso a mi esposa y apoyar la lanza sobre el hombro, me uní a mis compañeros y salimos de la aldea. Acababa de amanecer y los rayos del sol atravesaban los frondosos bosques de Tokogol mientras los seis caminábamos hacia el puesto de avanzada por una desgastada vereda. No llevábamos gran cosa, pues la vigilia solo duraría hasta la siguiente luna, cuando otro grupo de lanceros ocuparía nuestro lugar. Tokogol lindaba con Noxus, cuya creciente belicosidad había preocupado a los señores de las casas hasta el punto de impulsarlos a aprestar sus fuerzas.
Nuestro camino fue breve y sin sobresaltos, el sueño de un soldado. Llegamos al puesto de avanzada tras medio día de marcha y vimos que, en la distancia, nos daba la bienvenida una densa columna de humo blanco que indicaba que el fuego estaba encendido. La actitud de mis camaradas era de alegría, y charlaban con desenvoltura, como lo hacen hermanos y vecinos. Aunque nuestro deber era vigilar la frontera en busca de indicios, la guerra en Tokogol era algo que se concebía lejano.
Al llegar, nos encontramos con las puertas de la empalizada abiertas, pero no rotas ni forzadas. Una sensación extraña nos invadió a todos, como un escalofrío en la espalda. Pude verlo en el resto al tiempo que lo sentía en mí mismo.
Formamos un pequeño muro de escudos, con dos filas de tres hombres, y entramos en la empalizada esperando encontrarnos una carnicería, un escenario de ruina y destrucción sembrado de huellas de Noxus.
Pero no vimos nada de esto.
Lo que descubrimos fue la imagen de un puesto de avanzada tan normal como otro cualquiera. Las hogueras se habían consumido hasta agotarse, con las ollas todavía encima y repletas de comida. La ropa lavada colgaba al sol y los faroles de la noche anterior seguían en los postes. Nos miramos unos a otros, alarmados y confundidos. Era como si nuestros camaradas se hubieran esfumado.
—¿Qué ha pasado aquí? —susurró Bel.
El muro que habíamos formado se enderezó y se desperdigó para registrar el puesto en busca de señales de vida.
—¿Los habrán capturado? —preguntó Ulryk.
Me acerqué a un muro de la empalizada. Una parte de la madera estaba ennegrecida por el fuego. Alargué el brazo y, al menor roce de mis dedos, se derrumbó y reveló un cráter de madera lisa por debajo. El resto encontró marcas parecidas por el campamento, aunque ninguno logró entender de dónde habían salido.
Un grito provocó que volviéramos a pensar como guerreros.
—¡Venid, rápido!
Era Afron. Corrimos hasta él y lo encontramos plantado delante de un cuerpo.
—Es Halryn —nos contó mientras nos miraba—. El hijo del curtidor.
El joven estaba pálido y tendido en posición fetal. No mostraba el menor indicio de lucha, sangre o heridas.
Saqué el cuchillo, me puse en cuclillas y coloqué la hoja debajo de la nariz del muchacho. Hacía frío, y una fina bocanada de vaho empañó el acero en lenta y forzada repetición.
—Sigue con vida —dije mientras alargaba el brazo hacia su hombro. Pero al darle la vuelta sobre la espalda dimos un respingo.
Los ojos de Halryn estaban abiertos, pero no había nada en ellos. Saltaba a la vista que estaba consciente, pero su ojo derecho se limitaba a mirar el cielo, carente de toda luz.
Sin embargo, no fue eso lo que hizo que nos apartáramos.
—Por los dioses —exhaló Ulryk. Afron escupió para conjurar el mal y todos los demás hicimos lo propio.
Donde antes estuviera el ojo izquierdo de Halryn, ahora solo quedaba un hueco oscuro. Yo había estado en suficientes batallas para saber lo que podían hacer las lanzas y las espadas, pero no conocía ningún arma capaz de infligir una herida así. Era demasiado limpia, demasiado precisa para el desordenado frenesí del combate. No había dolor en el rostro del muchacho a consecuencia de tan terrible herida.
—¿Qué ha podido hacerle algo así? —preguntó Bel—. ¿Una bestia? ¿Una enfermedad?
Nos apartamos del cuerpo al pensarlo.
—No —dijo Caer con el ceño fruncido mientras se llevaba la mano al saquillo de hierbas y cataplasmas que llevaba en la cintura—. No hay señales de descomposición. Esto no es obra de una enfermedad.
—Buscad a los demás —ordenó Bel—. Vamos.
Uno a uno, fuimos encontrándolos. Eran hombres que conocíamos, hombres de nuestra aldea que vendían pescado y trabajaban el acero. Todos tenían la misma herida en el ojo izquierdo y todos estaban sumidos en el mismo estado catatónico. Lucían un semblante casi sereno, lo que resultaba aún más aterrador.
—¿Qué hacemos? —dijo Afron mirando a Bel.
—Hay que avisar —comentó Ulryk.
—¿De qué? —preguntó Caer—. No tenemos ni idea de lo que ha pasado aquí.
Y empezaron a discutir. Sus voces chocaron y se solaparon. Por encima de todo ello, capté un olor a humo en el aire.
—Un momento.
El resto se detuvo y me miró. Tragué saliva.
—Si están todos así —dije señalando al fuego a nuestra espalda—, ¿quién ha encendido la alme...?
Ulryk se encontraba en el aire antes de que supiéramos qué estaba pasando. Un estallido cegador me dejó casi ciego, pero alcancé a vislumbrar una forma enorme y sombría en él. Mis camaradas profirieron blasfemias, plegarias y maldiciones, pero fueron silenciados por un chasquido como el de un látigo, seguido de un chillido chispeante y abrumador.
Me encontraba en el suelo cuando recuperé la visión.
Al bajar la vista hacia mis piernas, me las encontré separadas y rotas. El resto de guerreros, mis hermanos y amigos, yacían mirando al cielo.
Me volví al oír una única voz. Ante mi mirada de impotencia, Afron, un muchacho de apenas dieciséis años, forcejeaba debajo del monstruo. Bañado en una penetrante luz violeta, se retorció mientras uno de los apéndices de la criatura se hundía en su cabeza a través de la cuenca ocular. Los gritos cesaron y se convirtió en un simple cascarón, como todos los demás.
Entonces el monstruo dirigió su siniestra mirada hacia mí.
Un instante después se cernía sobre mí. Miré a ese único e hinchado ojo y percibí un hambre que no tenía lugar en la realidad. Un hambre, pero no de carne, sino de algo mucho más profundo. Mi alma se balanceó al filo de este abismo, atraída por esta voracidad despiadada...
No.
Me llamo Hennis Kydarn y soy un guerrero y lancero de Tokogol. Me negué a darle la satisfacción de oír mis gritos, incluso cuando su tentáculo atravesó mi ojo. No hubo dolor...
... mientras trabajo. El análisis puede infligir dolor físico si así lo deseo, pero eso no es importante en este caso. He aprendido mucho del dolor y de sus usos.
La información de este es valiosa, como todo conocimiento. Un asentamiento, interacciones, castas. Una hembra en concreto de la misma especie y prole... Se resiste a mi análisis, pero es algo sencillo de superar.
Con nada más que consumir, viajo aquí para diseminar lo recolectado.
La grieta debajo de mí es un conducto para que la información sea enviada al reino verdadero. Las criaturas que habitan este mundo le han dado el nombre de "Vacío" a nuestro dominio. Estas entidades hilvanan una cierta poesía curiosa... Una curiosidad que ilustra lo mucho que me queda por hacer.
Me rodea un universo de conocimiento, de gran poder y tierras lejanas, y debo recopilarlo todo. Ahora ofrezco esta información y toda la demás que venga a continuación.
Aceptar.
Consumir.
Aprender.